La Primera Guerra Mundial me espera. Está allí apoyada sobre la mesa
blanca. Se le notan sus aires de superioridad, se cree invencible. Está
impaciente, esperando a que me siente en la cómoda silla giratoria negra.
Me pone las cosas difíciles y se hace la estrecha. Quiere que vaya por
partes, lentamente, y yo no tengo inconvenientes con sus peticiones, tengo toda
la noche. Se enfada si no le presto atención, si a veces me quedo con la mirada
fija en una pared azul o en un cuadro de un caballo hecho en piedra de pizarra
y entonces tengo que explicarle que estaba pensando en ella, que intento
retenerla en mi mente. Mi deseo no es olvidarle. Y entonces, ella contenta
con mi explicación me aclara la mente y hace que todo sea más fácil. Se deja
llevar. Yo tomo las riendas, yo tomo el control y nuestra conexión fluye hasta
que me agoto y mis párpados se vuelven pesados. Contenta con el progreso me
permite que me vaya pero no sin antes recordarme que debo volver al día
siguiente. Finalmente le contesto: "Tranquila, hasta el martes no te
dejaré".
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